hospedó en el Caribe Hilton. Rápidamente dejó sus bártulos en la habitación, salió a la calle y se dispuso a esperar un taxi. A su lado vio a un “señor muy guapo” que también esperaba. Pasaron los minutos y no venía un taxi. Estelle, ansiosa por practicar su español con un nativo, se colocó frente a este señor muy guapo, su primer puertorriqueño de carne y hueso, y le preguntó:
-¿Por aquí pasan taxis?
El señor muy guapo le contestó, en inglés, que sí pasaban.
Entonces comenzó a lloviznar. Estelle volvió a colocarse frente al señor muy guapo y exclamó:
-¡Qué aguacero!
El señor, nuevamente en inglés, le respondió que la llovizna terminaría pronto.
Pero la rubia Estelle Irizarry, futura Catedrática de Español y Miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, había viajado a Puerto Rico para hablar español. Por eso volvió a colocarse frente al puertorriqueño muy guapo y preguntó:
-Oiga, ¿usted no habla español?
-Perdone -se disculpó el señor, con una sonrisa amplia-. Es que no me había dado cuenta de que me estaba hablando en español.
Ese tiene que haber sido el día más importante en la vida de Estelle Irizarry.
Treinta y nueve años después, en el 2001, sigue dialogando con ese “señor muy guapo”, don Manuel Irizarry, con quien lleva casada 38 años y ha tenido tres hijos. También ha escrito nueve libros sobre la literatura puertorriqueña, la mayoría de ellos sobre el autor de la novela que llevaba bajo el brazo ese día: Enrique Laguerre. Además, ha publicado decenas de artículos sobre diferentes autores boricuas.
Y todo comenzó esa tarde del año 1962 gracias a la ineficiencia de los taxis puertorriqueños y a una ligera llovizna tropical que Estelle confundió con un aguacero.
La aventura intelectual de Estelle ha abarcado mucho más que la literatura de mi país. Ha escrito un total de 29 libros sobre temas que cubren desde la literatura gallega hasta el uso de la informática en la crítica literaria. Entre éstos, me ha admitido que su libro favorito es La broma literaria en nuestros días. Si lo pensamos bien no debería sorprendernos esta preferencia, porque el tema del libro, y el deleite con que está redactado, reflejan el exquisito sentido del humor de esta estudiosa a quien le interesa la literatura, más que nada, por su aspecto lúdico.
Creo que fue este interés común lo que nos hizo amigos, ya que casi todos mis libros han comenzado, precisamente, como bromas literarias.
En el 1996 recibí un correo electrónico de esta ilustre profesora de Georgetown, a quien conocía por sus libros sobre Laguerre y por su revolucionaria edición de Los infortunios de Alonso Ramírez. Me pedía ayuda para conseguir ejemplares de mi libro Seva, ya que lo asignaría a sus estudiantes y no era fácil adquirirlo en Wáshington. Desde entonces, Estelle me ha honrado con excelentes estudios y artículos sobre mi obra.
Nuestra amistad empezó por Internet. Nos escribimos bastantes veces y llegué a comentarle a mi novia que había conocido a una brillante y simpática profesora puertorriqueña de Georgetown. Luego, antes de conocernos en persona durante un viaje suyo a Puerto Rico, hablamos por teléfono en varias ocasiones. En una de estas conversaciones, creo que la segunda, el tono de voz y el acento de Estelle me recordaron de pronto a mi hermana Lindy, quien llevaba sobre veinticinco años viviendo en Atlanta y hablaba un español puertorriqueño muy correcto, pero con un lejanísimo “no se qué” que yo le adjudicaba a la influencia de sus amistades centroamericanas y antillanas.
Se lo comenté a Estelle y le pregunté cuántos años llevaba fuera de Puerto Rico. Hubo un breve silencio y luego me contestó:
-Soy norteamericana, de madre húngara y padre polaco. Pero cuando era adolescente tenía en mi habitación unas cortinas con motivos mexicanos, y desde entonces vivo enamorada de la lengua española.
FUENTE:
López Nieves, Luis. “Las cortinas de Estelle”, , Hispania, Universidad de Georgetown, Wáshington, D.C., Volumen 84, Número 4, diciembre 2001, pp.720-721.
Consultado 15/2/2021