|La aventura de Wálter Schnaffs 4|

En las ventanas del piso bajo se veía luz; una estaba abierta y despedía olor intenso de manjares bien condimentados; olor que penetró de pronto por la nariz, hasta el estómago de Wálter Schnaffs, crispándolo, atrayéndolo con fuerza irresistible, avivando su corazón con audacia desesperada.

Y bruscamente, sin reflexionar, asomó su cabeza, cubierta con el casco negro de punta dorada, por el marco de la ventana.

Ocho criados comían alrededor de una gran mesa. Pero de pronto una doncella se quedó petrificada, con los ojos fijos, dejando caer el vaso que se llevaba a la boca. Todas las miradas fueron a convergir en un punto.

-¡El enemigo!

¡El enemigo! ¡Los prusianos atacaban la residencia señorial!

Primero resonó un grito, un solo grito formado por ocho voces diferentes, un grito de mortal espanto; luego un tumultuoso movimiento, empujones, apretones, confusión y desordenada huida por la puerta del fondo. Cayeron las sillas, los hombres atropellaron a las mujeres, pisándolas. En un instante la habitación quedó vacía, abandonada, con la mesa cubierta de manjares, a la vista de Wálter Schnaffs, estupefacto, que seguía junto a la ventana. Después de algunas dudas se encaramó como pudo y entró, acercándose a los platos. Su hambre desesperada lo hacía temblar como un calenturiento; pero el terror lo contenía, paralizándolo aún. Escuchó. Se estremecía toda la casa; se cerraban con estrépito las puertas; andares rápidos resonaban en el piso de arriba. El prusiano, inquieto, aplicó el oído a los confusos rumores; oyó luego sordos ruidos, como de cuerpos que se desplomaran sobre la tierra blanda, cerca del muro; cuerpos humanos que saltasen desde el primer piso al jardín.

Después cesaron los movimientos y las agitaciones, y la residencia señorial quedó silenciosa como una tumba.

Wálter Schnaffs, sentándose ante un plato servido con abundancia, intacto, comenzó a comer. Comía con ansia, llenándose mucho la boca, masticando con prisa, como si temiera verse interrumpido antes de tragar lo necesario. Se servía de las dos manos y engullía fieramente viandas que llenaban su estómago, hinchando su cuello al pasar. A veces tenía que interrumpir sus operaciones, temiendo reventar como un tubo demasiado lleno, y cogía un jarro de sidra para desatrancar el esófago, como se limpia una cañería.

Vació todos los platos y todas las botellas; luego, embrutecido, borracho, se desabrochó el uniforme para no ahogarse. Se confundieron las ideas de su cerebro y se le cerraron los ojos, apoyó la cabeza entre los brazos cruzados sobre la mesa y perdió la noción de todo.

  


  de Maupassant, Guy (1883).  La aventura de Wálter Schnaffs

ciudadseva.com

 Consultado 17/2/2021