|El viaje de Urashima 2|




Al otro día, a la mañana temprano, echó el bote al mar y empezó a remar. Como ya había otros barquitos cerca de la orilla, se alejó para pescar tranquilo. Tiró la red un par de veces sin suerte, remó más allá y después otro poco más allá, hasta que perdió de vista a todos. En ese momento, oyó una voz que lo llamaba desde muy cerca. ¿Cómo podía ser si estaba solo? Pero volvió a escuchar:

-¡Urashima!¡Acá, tonto!

Miró al agua, esperando que hubiera un nadador, pero lo que vio fue la cabeza de la tortuga, que era quien hablaba:

-Mi reina te quiere conocer. Voy a llevarte con ella.

-¿Cómo vas a hacer si soy más grande? -se rio Urashima, disimulando lo nervioso que lo ponía una tortuga conversadora.

-Ya vas ver. Siéntate sobre mi caparazón, con confianza.

Urashima sacó las piernas del bote y con cuidado se fue acomodando sobre la tortuga. Cuando ya creía que iba a parar de cabeza al agua, ¡el caparazón se ensanchó y ensanchó, y él quedó cómodamente sentado!

La tortuga comenzó a nadar a toda velocidad. La costa se hizo una raya oscura y después no se vio más; entonces, de pronto el animal agachó la cabeza y se hundió. Urashima dio un grito, pero ni llegó a mojarse, porque de los bordes del caparazón brotó una burbuja que lo envolvió por completo.


Bajaron más y más, pasando como una flecha entre peces plateados, hasta que el agua se hizo muy oscura. Cuando ya no se veía nada, a lo lejos Urashima descubrió un resplandor que se fue agrandando y se convirtió en una burbuja asentada en el fondo. La tortuga arremetió hacia allí, la atravesó y en seguida estuvieron sobre un suelo seco, con pasto. El aire era tan fresco como el de la superficie.