|La aventura de Wálter Schnaffs 2|

Durante algún tiempo sonaron detonaciones, gritos y quejas. Luego los clamores de lucha se fueron apagando y cesaron. Todo quedó en calma silenciosa.

De pronto sintió removerse algo cerca de él, sobresaltándose. Pero era un pajarillo que, posándose en una rama, agitaba las hojas muertas. Durante más de una hora el corazón de Wálter Schnaffs palpitó estremecido.

Llegaba la noche, hundiendo en sombras el barranco, y el soldado meditaba. ¿Qué haría? ¿Adónde iría? ¿Cómo incorporarse a su batallón? ¿Por qué camino? Y si lo encontraba. ¡Comenzar de nuevo la horrible vida llena de angustias y espantos, de fatigas y sufrimientos, que padecía desde que principió la guerra! ¡No! Le faltaban fuerzas para soportar las marchas y valor para los constantes peligros.

Pero ¿qué hacer? No podía mantenerse oculto en aquel barranco hasta que se firmara la paz. No, ciertamente. Sin la necesidad imprescindible de comer, esta perspectiva no le hubiese aterrado; pero era preciso comer; comer todos los días.

Y se hallaba solo allí, de uniforme, armado, en territorio enemigo, lejos de los que pudieran defenderlo. Corrían por su piel angustiosos estremecimientos.

 

De pronto pensó: “¡Si me hicieran prisionero!” Y su corazón se animaba con ansia violenta, invencible, consoladora, de ser prisionero de los franceses. ¡Prisionero! Estar a salvo, alimentado, atendido, lejos de las balas y de las bayonetas, en una cárcel bien guardada. ¡Prisionero! ¡Qué delicia!

Y se resolvió inmediatamente: “¡Voy a ser prisionero!” Se levantó decidido a ejecutar su proyecto sin tardanza. Pero quedó inmóvil, repentinamente asaltado por molestas reflexiones y miedos inevitables.

¿Dónde hacerse prisionero? ¿Y cómo? Imágenes horribles, imágenes de muerte, oprimieron su alma.

Correría peligros infinitos aventurándose, solo, con su casco negro de punta dorada, a través de los campos.

¿Y si tropezase con labriegos? Aquellos labriegos, viendo a un prusiano perdido, a un prusiano sin defensa, lo matarían como a un perro vagabundo. ¡Harían con su cuerpo una carnicería clavando en él horcones, picos, guadañas y palas! ¡Magullarían su carne, triturarían sus huesos con el furor de vencidos, exasperados! ¿Y si encontrase a los cazadores? Indisciplinados, enloquecidos, desatentos a toda ley, a toda piedad, lo fusilarían para entretenerse, para pasar el rato, para divertirse, viendo la mueca de su rostro agonizante. Y se imaginaba ya contra una tapia y veía los cañones de doce fusiles, cuyas negras bocas parecían mirarle.

¿Y si encontraba un ejército francés? Las vanguardias lo tomarían por un explorador, por un atrevido y valiente soldado que avanzaba reconociendo el terreno, y dispararían contra él. Oía ya las descargas intermitentes de los soldados ocultos entre las malezas, mientras él, solo, en pie, al descubierto, en medio del campo, caía muerto, acribillado como un colador, sintiendo ya las balas en la carne.

Volvió a sentirse desesperado. A su juicio, no había salvación para él.

 


  de Maupassant, Guy (1883).  La aventura de Wálter Schnaffs

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 Consultado 17/2/2021