|El pescadorcito Urashima 4|




Con gran precipitación y atolondramiento pensó entonces Urashima en volverse con su mujer, allende los mares. Pero ¿cuál era el rumbo que debía seguir? ¿Quién se le marcaría?


-Tal vez -caviló él- si abro la caja que ella me dio, descubra el secreto y el camino que busco.


Así desobedeció las órdenes que le había dado la princesa, o bien no las recordó en aquel momento, por lo trastornado que estaba.


Como quiera que fuese, Urashima abrió la caja. Y ¿qué piensas que salió de allí? Salió una nube blanca que se fue flotando sobre la mar. Gritaba él en balde a la nube que se parase. Entonces recordó con tristeza lo que su mujer le había dicho de que después de haber abierto la caja, no habría ya medio de que volviese él al palacio del dios de la mar.


Pronto ya no pudo Urashima ni gritar, ni correr hacia la playa en pos de la nube.


De repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y al fin cayó muerto en la playa.

¡Pobre Urashima! Murió por atolondrado y desobediente. Si hubiera hecho lo que le mandó la princesa, hubiese vivido aún más de mil años.


Dime: ¿no te agradaría ir a ver el Palacio del Dragón, allende los mares, donde el dios vive y reina como soberano sobre dragones, tortugas y peces, donde los árboles tienen esmeraldas por hojas y rubíes por fruta, y donde las escamas son plata y las colas oro?

FUENTE:

Valera, Juan (1887)

 El pescadorcito Urashima

Versión en español de una leyenda japonesa  

ciudadseva.com

|El pescadorcito Urashima 3|









Pero una mañana dijo Urashima a su mujer:

-Muy contento y satisfecho estoy aquí. Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas. Déjame ir por poco tiempo y pronto volveré.

-No gusto de que te vayas -contestó ella-. Mucho temo que te suceda algo terrible; pero vete, pues así lo deseas y no se puede evitar. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no lograrás nunca volver a verme.

Prometió Urashima tener mucho cuidado con la caja y no abrirla por nada del mundo. Luego entró en su barca, navegó mucho, y al fin desembarcó en la costa de su país natal.


Pero ¿qué había ocurrido durante su ausencia? ¿Dónde estaba la choza de su padre? ¿Qué había sido de la aldea en que solía vivir? Las montañas, por cierto, estaban allí como antes; pero los árboles habían sido cortados. El arroyuelo, que corría junto a la choza de su padre, seguía corriendo; pero ya no iban allí mujeres a lavar la ropa como antes. Portentoso era que todo hubiese cambiado de tal suerte en solo tres años.

Acertó entonces a pasar un hombre por allí cerca y Urashima le preguntó:

-¿Puedes decirme, te ruego, dónde está la choza de Urashima, que se hallaba aquí antes?

El hombre contestó:

-¿Urashima? ¿Cómo preguntas por él, si hace cuatrocientos años que desapareció pescando? Su padre, su madre, sus hermanos, los nietos de sus hermanos, ha siglos que murieron. Esa es una historia muy antigua. Loco debes de estar cuando buscas aún la tal choza. Hace centenares de años que era escombros.


De súbito acudió a la mente de Urashima la idea de que el Palacio del Dragón, allende los mares, con sus muros de coral y su fruta de rubíes, y sus dragones con colas de oro, había de ser parte del país de las hadas, donde un día es más largo que un año en este mundo, y que sus tres años en compañía de la princesa, habían sido cuatrocientos. De nada le valía, pues, permanecer ya en su tierra, donde todos sus parientes y amigos habían muerto, y donde hasta su propia aldea había desaparecido.

FUENTE:

Valera, Juan (1887)

 El pescadorcito Urashima

Versión en español de una leyenda japonesa  

ciudadseva.com

Consultado 17/2/2021


|El pescadorcito Urashima 2|

Apenas se durmió, salió del seno de las olas una hermosa dama que entró en la barca y dijo:

-Yo soy la hija del dios del mar y vivo con mi padre en el Palacio del Dragón, allende los mares. No fue tortuga la que pescaste poco ha y tan generosamente pusiste de nuevo en el agua en vez de matarla. Era yo misma, enviada por mi padre, el dios del mar, para ver si tú eras bueno o malo. Ahora, como ya sabemos que eres bueno, un excelente muchacho, que repugna toda crueldad, he venido para llevarte conmigo. Si quieres, nos casaremos y viviremos felizmente juntos, más de mil años, en el Palacio del Dragón, allende los mares azules.

Tomó entonces Urashima un remo y la princesa marina otro; y remaron, remaron, hasta arribar por último al Palacio del Dragón, donde el dios de la mar vivía o imperaba, como rey, sobre todos los dragones, tortugas y peces. ¡Oh, qué sitio tan ameno era aquel! Los muros del Palacio eran de coral; los árboles tenían esmeraldas por hojas, y rubíes por fruta, las escamas de los peces eran plata, y las colas de los dragones, oro. Piensa en todo lo más bonito, primoroso y luciente que viste en tu vida, ponlo junto, y tal vez concebirás entonces lo que el palacio parecía. Y todo ello pertenecía a Urashima. Y ¿cómo no, si era el yerno del dios de la mar y el marido de la adorable princesa?


Allí vivieron dichosos más de tres años, paseando todos los días por entre aquellos árboles con hojas de esmeraldas y frutas de rubíes.

FUENTE:

Valera, Juan (1887)

 El pescadorcito Urashima

Versión en español de una leyenda japonesa  

ciudadseva.com

Consultado 17/2/2021

|El pescadorcito Urashima 1|

 



Vivía muchísimo tiempo hace, en la costa del mar del Japón, un pescadorcito llamado Urashima, amable muchacho, y muy listo con la caña y el anzuelo.

Cierto día salió a pescar en su barca; pero en vez de picar un pez, ¿qué piensas que picó? Pues bien, una grande tortuga con una caparazón muy recia y una cara vieja, arrugada y fea, y un rabillo muy raro. Bueno será que sepas una cosa, que sin duda no sabes, y es que las tortugas viven mil años; al menos las japonesas los viven.

Urashima, que no lo ignoraba, dijo para sí:

-Un pez me sabrá tan bien para la comida y quizá mejor que la tortuga. ¿Para qué he de matar a este pobrecito animal y privarle de que viva aún novecientos noventa y nueve años? No, no quiero ser tan cruel. Seguro estoy de que mi madre aprobará lo que hago.

Y en efecto, echó la tortuga de nuevo en la mar.

Poco después aconteció que Urashima se quedó dormido en su barca. Era tiempo muy caluroso de verano, cuando casi nadie se resiste al mediodía a echar una siesta.

FUENTE:

Versión en español de una leyenda japonesa
Consultado 17/2/2021
Valera, Juan (1887)
El pescadorcito Urashima

|La aventura de Wálter Schbaffs 5|

 

La luna iluminaba dulcemente los árboles del jardín. El día se aproximaba.

Una muchedumbre de sombras cautelosas y calladas avanzaba lentamente, deslizándose, buscando los caminos cubiertos y oscuros. A veces un rayo de luna, penetrando entre el ramaje, hacía brillar una punta de acero.

La residencia señorial aparecía sosegada y majestuosa. En el piso bajo había luz.

De pronto una voz rugió:

-¡Adelante! ¡Al asalto! ¡Al asalto, hijos míos!

Y las puertas y las ventanas cedieron al esfuerzo de los muchos hombres que invadían la casa, rompiendo y destrozando. Cincuenta soldados, armados hasta los dientes, se agolparon en la cocina donde dormía pacíficamente Wálter Schnaffs, y le pusieron al pecho cincuenta carabinas cargadas, lo derribaron, lo magullaron y lo ataron de pies a cabeza.

Él. no sabía lo que pasaba, medroso, aturdido.

Y de pronto un militar gordo, cubierto de galones dorados, le puso el pie sobre el vientre, vociferando:

-¡Prisionero! ¡A rendirse! ¡Prisionero!

El prusiano, que sólo entendió la palabra “prisionero”, contestaba:

-Ya, ya, ya.

Lo levantaron, y atándolo a una silla sus fatigados vencedores lo examinaban con mucha curiosidad. Algunos tuvieron que sentarse, no pudiendo resistir el cansancio y la emoción.

El alemán sonreía, sonreía tranquilo, seguro de que ya era prisionero.

Otro oficial dijo, asomándose a la puerta:

-Mi coronel, los enemigos han huido; es indudable que sufrieron bajas de consideración. Quedamos dueños de la plaza.

El militar gordo, enjugándose la frente y sudoroso, vociferó:

-¡Hemos triunfado!

Y sacando un cuaderno apuntó: “Después de una encarnizada lucha, los prusianos organizaron su retirada, llevándose muertos y heridos, que no bajarían de cincuenta. Hicimos prisioneros.”

El oficial dijo:

-¿Qué disposiciones hay que tomar, mi coronel?

Y el coronel contestó:

-Nos replegaremos por si ahora se rehacen y toman la ofensiva con fuerzas superiores.

Y dio las órdenes para la marcha.

La columna se formó junto a los muros de la casa y se puso en movimiento llevando a Wálter Schnaffs agarrotado, bajo la custodia de seis hombres.

Algunas avanzadas reconocieron el camino. Andaban con prudencia, deteniéndose de cuando en cuando.

Al despuntar el día llegaron a Roche-Oysel, cuya guardia nacional había realizado aquel hecho de armas.

La muchedumbre aguardaba impaciente y ansiosa. Al descubrir el casco del prisionero, estallaron clamores formidables. Las mujeres levantaban los brazos, los viejos lloraban; uno lanzó una piedra, y en vez de tocar al prusiano, hirió en la nariz a uno de sus guardianes.

El coronel rugió.

-¡Vigilen para que nadie ponga en peligro al prisionero!

Llegaron a la Casa de la Villa y Wálter Schnaffs entró en la cárcel, ya libre de ataduras.

Doscientos hombres armados guardaban el edificio.

Entonces, a pesar de los síntomas de indigestión que lo atormentaban, el prusiano, loco de alegría, empezó a bailar, a bailar desaforadamente, levantando los brazos y las piernas entre gritos frenéticos, hasta caer sin fuerzas junto a una pared.

¡Era prisionero! ¡Estaba en salvo!

De este modo la señorial residencia de Champiguet fue reconquistada al enemigo, después de seis horas de ocupación. El coronel Ratier, comerciante de pañería, que realizó la hazaña de los nacionales de Roche-Oysel, fue condecorado.

 


  de Maupassant, Guy (1883).  La aventura de Wálter Schnaffs

ciudadseva.com

 Consultado 17/2/2021

 

|La aventura de Wálter Schnaffs 4|

En las ventanas del piso bajo se veía luz; una estaba abierta y despedía olor intenso de manjares bien condimentados; olor que penetró de pronto por la nariz, hasta el estómago de Wálter Schnaffs, crispándolo, atrayéndolo con fuerza irresistible, avivando su corazón con audacia desesperada.

Y bruscamente, sin reflexionar, asomó su cabeza, cubierta con el casco negro de punta dorada, por el marco de la ventana.

Ocho criados comían alrededor de una gran mesa. Pero de pronto una doncella se quedó petrificada, con los ojos fijos, dejando caer el vaso que se llevaba a la boca. Todas las miradas fueron a convergir en un punto.

-¡El enemigo!

¡El enemigo! ¡Los prusianos atacaban la residencia señorial!

Primero resonó un grito, un solo grito formado por ocho voces diferentes, un grito de mortal espanto; luego un tumultuoso movimiento, empujones, apretones, confusión y desordenada huida por la puerta del fondo. Cayeron las sillas, los hombres atropellaron a las mujeres, pisándolas. En un instante la habitación quedó vacía, abandonada, con la mesa cubierta de manjares, a la vista de Wálter Schnaffs, estupefacto, que seguía junto a la ventana. Después de algunas dudas se encaramó como pudo y entró, acercándose a los platos. Su hambre desesperada lo hacía temblar como un calenturiento; pero el terror lo contenía, paralizándolo aún. Escuchó. Se estremecía toda la casa; se cerraban con estrépito las puertas; andares rápidos resonaban en el piso de arriba. El prusiano, inquieto, aplicó el oído a los confusos rumores; oyó luego sordos ruidos, como de cuerpos que se desplomaran sobre la tierra blanda, cerca del muro; cuerpos humanos que saltasen desde el primer piso al jardín.

Después cesaron los movimientos y las agitaciones, y la residencia señorial quedó silenciosa como una tumba.

Wálter Schnaffs, sentándose ante un plato servido con abundancia, intacto, comenzó a comer. Comía con ansia, llenándose mucho la boca, masticando con prisa, como si temiera verse interrumpido antes de tragar lo necesario. Se servía de las dos manos y engullía fieramente viandas que llenaban su estómago, hinchando su cuello al pasar. A veces tenía que interrumpir sus operaciones, temiendo reventar como un tubo demasiado lleno, y cogía un jarro de sidra para desatrancar el esófago, como se limpia una cañería.

Vació todos los platos y todas las botellas; luego, embrutecido, borracho, se desabrochó el uniforme para no ahogarse. Se confundieron las ideas de su cerebro y se le cerraron los ojos, apoyó la cabeza entre los brazos cruzados sobre la mesa y perdió la noción de todo.

  


  de Maupassant, Guy (1883).  La aventura de Wálter Schnaffs

ciudadseva.com

 Consultado 17/2/2021